Desde una perspectiva teórica, la arqueología ha partido de una relación neutral y alejada de la sociedad, con vistas a una clara interrelación con todos los aspectos de la vida social. La arqueología ha figurado durante la mayor parte de su historia inicial, desde el siglo xix, como una actividad positivista, asociada a las camadas superiores, al imperialismo ya la mirada aristocrática. Como dijo el arqueólogo social latinoamericano Luis Lumbreras en su libro clásico sobre la arqueología como ciencia social, publicado en la década de 1960, la disciplina es el arma de la opresión del pueblo. Con todo, la arqueología ha perdido su inocencia, como subrayaba David Clarke, y los arqueólogos son, cada vez más, conscientes de los aspectos inevitablemente sociales de la disciplina. En la indagación del pasado para el estudio de las relaciones de poder, como han dicho de manera pionera Michael Shanks y Christopher Tilley en 1987, la arqueología ha colocado en el centro de las discusiones epistemológicas la relación de los arqueólogos con las comunidades, con nativos y con las personas comunes en general.
Además, una epistemología posmoderna considera que todo tipo de entendimiento del pasado debe abarcar las maneras en las que la arqueología es parte del consumo cotidiano del pasado (Rowan y Baram 2004). La visita a sitios arqueológicos y el turismo arqueológico son parte de una industria turística más amplia, que incluye las vacaciones arqueológicas y viajes culturales (Rowan y Baram 2004, 210). Como enfatizan Rowan y Baram (2004, 7), el pasado, representado por artefactos, museos y lugares excavados, es—cada vez más—transformado en mercancía como parte de la industria turística. Kohl (2004, 299) afirma que “Considerando que el mundo no caiga en guerra o recesión global, el turismo va a continuar creciendo de manera exponencial”, lo cual se confirma