Esta comunicación está dedicada al examen de algunos ejemplos de eufemismos y disfemismos en el lenguaje político y, más específicamente, del discurso parlamentario español, para lo cual nos hemos servido de un corpus integrado por los últimos debates sobre el estado de la nación. Es importante hacer esta distinción liminar entre el discurso político (en general) y el parlamentario, dado que hay grandes diferencias entre la intervención de un líder en una rueda de prensa, en una entrevista de radio o televisión, o en el ejercicio de su actividad parlamentaria en el Congreso o en el Senado. Por esta razón, y como muy oportunamente señala Arce Castillo (2006), las disertaciones políticas conocen una gran variación, que discurre desde el apego al registro más coloquial (para autoalabarse o atacar con dureza los argumentos del adversario), al más ambiguo y formal en los casos en que se hace necesario alcanzar un distanciamiento del propio discurso; por ejemplo, cuando el político “se defiende de una acusación, o tiene que salir de una situación comprometida”, echa mano de eufemismos y un tono mucho más retorico, con el objeto de enmascarar la realidad deliberadamente bajo una pátina de ambigüedad. De este modo, nos encontramos ante una herramienta lingüística de manipulación, destinada (al igual que otros recursos como la metáfora o la falacia), a la persuasión masiva de los ciudadanos.
Indudablemente, y en ello coincidimos con Félix Rodríguez, el eufemismo se erige como uno de los mecanismos más claros de que dispone el lenguaje para ejercer el control ideológico. A este respecto, conviene aclarar, de entrada, que cualquier partido político va a tender siempre a ofrecer una imagen positiva de su grupo y negativa del contrario, lo cual se concreta en un hecho evidente: tanto los políticos como su prensa afín tienden a exagerar los logros y éxitos de gestión propios, y los fracasos ajenos. Por el contrario, no se suelen divulgar los éxitos ajenos y los fracasos propios, y ello justifica que, por ejemplo, un dato positivo de descenso del número de parados reciba un tratamiento tan desigual en la prensa, que siempre dependerá de la afinidad ideológica del medio con el Gobierno de turno.