El Perú de la segunda mitad del siglo XX fue el escenario de grandes movimientos migratorios de provincianos hacia la capital del país, la ciudad de Lima. Estos movimientos se vieron acentuados por la Reforma Agraria de 1969, tras la cual gran parte de la población andina abandonó sus lugares de origen para instalarse en el centro económico, político y social del país 15.
Como era de esperarse, este fenómeno—el cual la bibliografía anglosajona de las ciencias sociales conoció como the push-pull theory 16—generó una reestructuración de la ciudad en varios niveles. Ballón (2004: 23) describe dicho fenómeno como un proceso de lucha en el cual el habitante de la sierra “busca apoyarse en la ciudad y mantenerse dentro de ella contribuyendo a definir el rostro heterogéneo que le conocemos actualmente” 17. Lo cierto es que la llegada de estos, por decirlo así, nuevos habitantes, la configuración de nuevos centros urbanos limeños y el establecimiento de nuevas redes de intercambios interpersonales alteraron el espacio social de la polis, constituyéndola también en una superficie fragmentada, o en una ciudad fracturada,“física y metafóricamente dividida por murallas y compuertas […]”(Jones 2006: 242; la traducción es mía).