Hace ya bastantes años desde que Ynduráin (1964: 2) llamara la atención sobre el hecho de que “nuestro lenguaje cotidiano está lleno de los llamados ‘bordoncillos’o ‘muletillas’ que, en efecto, son apoyaturas sobre las que vamos descansando y tomando impulso en el esfuerzo de hablar”. Esta afirmación podría entenderse como una opinión más entre las defendidas por las gramáticas tradicionales, para las que tales elementos funcionaban a lo sumo como sucedáneo de pausas (pausas de “relleno” u oralizadas) cuya relevancia para la sintaxis del discurso resultaba mínima, cuando no representaba un uso incorrecto de la norma, y, por tanto, un hábito desechable de la buena expresión; Ynduráin, sin embargo, reivindica el papel de estos elementos, ya que “su empleo en la conversación la dota de un medio social, de una situación determinada, de donde, con la cooperación del gesto y el tono pierde imprecisión y gana en poder alusivo”. Quedémonos con esta última frase, porque apunta la tendencia que finalmente se ha venido a imponer: en los últimos veinte años, en efecto, se ha producido un cambio notable en la consideración de estas partículas, lo que ha favorecido su estudio especializado. Así, unas veces ha prevalecido el aspecto más puramente gramatical (función, naturaleza categorial, etc.); otras se ha perfilado con detenimiento su diversidad léxica (esto es, su pluralidad etimológica, lo que se traduce, lógicamente, en una semántica peculiar para cada una de ellas). Más recientemente, en fin, se ha incidido en su comportamiento suprasintáctico (o, si se quiere, pragmático o pragmasintáctico).