La relación entre pautas y modelos emanados de los países centrales que se difunden por el resto del planeta, y diferencias y especificidades locales, que tanto convoca a estudios contemporáneos, no es una problemática ajena a la indagación sobre el pasado. Si existió una “primera globalización” que se produjo en el siglo XVI a partir del avance europeo sobre América y Asia, una segunda etapa se abriría a partir de los años finales del siglo XVIII y primeros del XIX con la expansión de la industrialización capitalista junto con la intensificación del movimiento de expansión territorial hacia distintos puntos del planeta. Las grandes expediciones político-científicas, que pueden considerarse complementarias o precursoras de los avances imperialistas, así como los viajes menos espectaculares llevados a cabo por empresarios, aventureros, artistas, fueron vectores de esta “segunda globalización” que colocó a Europa definitivamente en el centro del mundo. Dentro de este movimiento podemos ubicar a los llamados “artistas viajeros”, europeos en su mayoría, que realizaron una parte o toda su obra en otras latitudes, en una tensión entre los modelos aprendidos y las particularidades locales de cada región. Es necesario hacer unas precisiones acerca de los viajes y expediciones de los siglos XVIII y XIX: si las ideas de espacio y espacialidad no remiten a entidades concretas y fijas sino más bien a configuraciones histórico-culturales en las que participan por igual la experiencia y la imaginación, 1 los viajes pueden considerarse como hacedores de significados e interpretaciones, en la medida en que ‘inventaron’lugares, individuos, grupos, y relaciones entre los europeos y el resto del mundo. Por medio de ellos se construyeron y sostuvieron las categorías para pensar las diferencias y las distancias, dentro de una cartografía del mundo con sitios determinados por relaciones de poder. 2 Los diarios de viaje, informes y mapas, y en especial