Los corredores biológicos son estrategias de conservación de uso común en América Latina y otras partes del mundo (Bennet y Mulongoy, 2006). Estos suelen desarrollarse en paisajes fragmentados y que son vulnerables al impacto humano y al cambio climático (Bennett, 1998; Parrish et al., 2003). Su objetivo fundamental es restablecer y mantener la conectividad en el paisaje, la cual es entendida como el grado en que un uso de la tierra facilita o impide un proceso ecológico en particular. Es decir, que a través de acciones que busquen mejorar las características del paisaje, sea posible contribuir a incrementar las probabilidades de persistencia de muchas poblaciones de especies silvestres (Bennett, 1998; Herrera y Finegan, 2008), así como la continuidad de los procesos ecológicos clave en la provisión de servicios ecosistémicos esenciales para la vida en el planeta (Canet-Desanti et al., 2011).
En su concepción, los corredores biológicos integran el desarrollo sostenible con la conservación. Es decir, buscan fortalecer áreas que son clave para el mantenimiento de la biodiversidad (tales como las áreas protegidas) implementando acciones que contribuyan a mitigar/disminuir las amenazas que sobre ellas se ciernen. Paralelamente, se procura mejorar las condiciones de las zonas aledañas a estas áreas clave, mediante la incorporación de prácticas productivas amigables con el ambiente.